Sapiosexual es aquel que se siente atraído por la inteligencia de las otras personas, y a mí me gusta llevar la sapiosexualidad un poco más allá; pues disfruto enormemente el placer de corromper a alguien intelectual, pero que hasta ese momento no se había detenido a pensar en los menesteres de la sensualidad.
Hace poco estuve con un chico, de grandes y gruesas gafas (probablemente por leer tanto) cuya piel de un moreno bronceado y dientes blancos me volvían loca. Las charlas con él eran una cuestión increíble; había leído a todos los autores importantes, tanto de narrativa como de ensayo y poesía; no era fanático del teatro pero conocía lo esencial. Pero, a pesar de todo el despliegue de intelectualidad que suponían sus conversaciones, cuando tocaba algo de literatura erótica, su rostro moreno y bronceado pasaba a ponerse completamente rojo, como si le faltara el aire.
Así me sentí, creo recordar, cuando era apenas una chiquilla y La historia del ojo cayó en mis manos. Luego Sade, luego Sascher-Masoch y así sucesivamente hasta convertirme en la persona que soy hoy. Al ver a aquel chico así, no pude evitar pensar en cómo se vería, digamos, con mi boca alrededor de él.
Quizás lo disfrutaría más que nadie, pensé.
Esa es una de las razones por las cuales no soy tan afín de los experimentados, quienes más que disfrutar, solo quieren procurarte placer, pero como yo me siento mucho mejor procurándolo yo, disfruto enormemente con los chicos como él.
Aunque, más que estar incómodo, estaba apenado, quizás no sabía cómo abordar estos temas, como tampoco sabía acercarse a mis labios para besarme, aunque se notaba que lo deseaba. Por eso, en la primera oportunidad que estuvimos juntos, acerqué mis labios lo suficiente como para que él tomara valor y me diera un poco de su esencia. Su boca tenía un sabor masculino, mayormente menta, pero en el fondo se sentía el café, que tano me gustaba. Quise más de él y busqué su lengua, solo para darme cuenta de que estaba dispuesto a dejarse llevar.
Nos encontrábamos en una habitación a oscuras (habría deseado que fuera un cuarto iluminado, para verlo, pero eso no me evitaba imaginarlo). Luego de besarlo, me deslicé quedar de rodillas, abrí su cinturón y saqué ese sexo que estaba duro y que parecía rogarme que lo degustara. Antes, saque un preservativo de chocolate https://lacondoneria.es/condones-colores-y-sabores/42-control-chocolate-adapta-12.html que previamente había guardado en los bolsillos.
Sentía sus piernas temblar con gusto, pero él se mantenía firme, en sus raíces y en sus ramas, lo suficiente como para introducirse casi como una espada en mi garganta. Pero más que engullirlo, preferí chuparlo, como se chupa un caramelo hasta que se deshace en tu boca; yo quería que él se deshiciera en la mía, o que al menos se corriera.
Tardó más de lo que esperaba, y aunque no lo probé (¡cómo me habría gustado haberlo hecho!), la erección seguía ahí. Le quité el preservativo y le puse otro, convidándolo a que se acostara en la cama cercana para subirme sobre él. Cuando entró, recuerdo que le dije:
—Quizás ahora te guste más el erotismo, siempre es emocionante leer sobre lo que nos da placer.
Estuvo de acuerdo conmigo, sus gruñidos de gusto me lo hicieron saber.
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